El progreso está en la diferencia
De la importancia de recordar lo que nos hace humanos.
El progreso está en la diferencia
El progreso no siempre es una línea recta. A veces parece un conjunto de intentos, avances, retrocesos y aprendizajes que se van superponiendo. Pero si algo sostiene al mundo que habitamos, es la capacidad de construir entre todos, desde lo distinto.
El mundo es un lugar salvaje, pero también profundamente bello. Salvaje en sus conflictos, pero bello en su diversidad.
Hay lugares que avanzan porque logran mirar esas diferencias, respetarlas y conectar los puntos para progresar gracias a ellas. El mundo en el que vivimos es un mosaico de experimentos: unos fallidos, otros brillantes, y muchos en permanente transformación. Nada es final, todo se está diseñando y ajustando sobre la marcha.
Lo que hoy funciona se adapta mañana; lo que hoy nos separa puede volverse, con tiempo y empatía, lo que nos une. Lo que está mal es mantener lo que no funciona, lo que hace daño a muchos para hacer bien a unos pocos.
El mundo es un lugar hermoso porque en lo diferente encontramos lo común: en el arte que nos emociona aunque no entendamos el idioma, en una puesta de sol que cambia de color según dónde estés, en reconocer lo tuyo en otros lugares y lo de otros lejos de su casa.
Esa conexión (esa mezcla imperfecta pero humana) es lo que hace que valga la pena cuidar y seguir construyendo el mundo que habitamos juntos.
No hay sociedad perfecta ni historia sin errores. Pero nuestras ganas de hacerlo bien, de aprender, de respetar al otro que ve el mundo desde otro ángulo, es lo que nos salva. Por eso creo que el progreso está en la diferencia: porque es ahí donde empieza la posibilidad de un mundo más justo, más humano y más hermoso.
Pluribus: cuando la felicidad se vuelve uniforme
Y justo en esa tensión entre lo diverso y lo uniforme aparece Pluribus, la nueva serie de Vince Gilligan (creador de Breaking Bad y Better Call Saul).
No hay narcos ni laboratorios: hay un virus de origen desconocido que conecta mentalmente a casi toda la humanidad. Todos son felices, plenos, complacientes. Una mente colmena perfecta.
Salvo una persona.
Carol Sturka, interpretada por Rhea Seehorn, es una novelista romántica que (por alguna razón) es inmune. Es una entre once personas en el mundo que sigue sintiendo tristeza, miedo, angustia. En un mundo donde la infelicidad es la enfermedad, ella es de las últimas humanas “defectuosas”. Y su misión, paradójicamente, es salvar al mundo de la felicidad.
La tecnología como colectividad
Pluribus lleva al extremo algo que ya vivimos: la ilusión de conexión total. En redes, en la nube, en las IA que aprenden de todos nosotros. La serie plantea qué pasa cuando esa unión deja de ser herramienta y se convierte en destino; cuando lo colectivo sustituye a lo individual.
La pregunta no es si estamos juntos, sino qué estamos sacrificando para estarlo. Esa uniformidad que promete armonía puede borrar la fricción, y con ella, la posibilidad de pensar distinto.
Carol encarna la incomodidad. Es la nota desafinada en la sinfonía perfecta. Pero esa diferencia (ese desacuerdo con el sistema) es lo que mantiene encendido el motor de lo humano.
Pluribus recuerda que la creatividad no nace de la conformidad, sino del conflicto; no del consenso, sino de la diferencia. Lo que nos hace avanzar como especie no es que todos pensemos igual, sino que existan quienes se atrevan a pensar distinto.
De muchos, uno
El título Pluribus viene del latín “de muchos”. Forma parte del lema clásico E pluribus unum (“de muchos, uno”), que alude a la unión de pueblos y culturas bajo una sola identidad.
La serie da un giro inquietante a esa idea: ¿qué ocurre cuando la unión deja de ser símbolo de diversidad y se convierte en una fusión total? En lugar de “unidad en la diferencia”, lo que queda es la disolución del individuo en una felicidad impuesta.
Detrás del humor negro y el tono de ciencia ficción, Pluribus habla de nosotros: de ese impulso que tenemos por diseñar la vida ideal, eliminar el dolor, automatizar la felicidad. Pero sin tristeza, sin contraste, sin caos, ¿queda algo que nos haga realmente humanos?
Tal vez no se trata de “arreglar” el mundo, sino de aprender a convivir con su imperfección. De celebrar lo que no encaja.
Pluribus nos muestra lo que pasa cuando la comodidad reemplaza a la curiosidad, y cuando la conexión sustituye a la conversación.
La belleza (como la civilización misma) está en esa mezcla imperfecta pero humana que seguimos construyendo juntos.
Porque, al final, el progreso sigue estando en la diferencia.
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