Entre lo físico y lo digital.
Nostalgia pixelada, calor analógico y una invasión en Buenos Aires.
Esta semana te traigo una historia sobre disquetes, papel de forma continua y creatividad pixelada. Todo comenzó con una imagen de The Print Shop que me hizo recordar mi Commodore 64, el periódico del colegio y hasta mi primer patrocinio sin saberlo. Pero no es solo nostalgia: es una reflexión sobre cómo lo digital y lo analógico no se excluyen, sino que se complementan. Como siempre, cerramos con una recomendación: El Eternauta, una serie de Netflix con corazón y alma argentina que te atrapa con ciencia ficción, buenas actuaciones… y hasta un “chamo” inesperado.
The Print Shop y la nostalgia pixelada
Hace unos días vi una foto de The Print Shop en Threads y, sin querer, activó una avalancha de recuerdos. Esa nostalgia, en mi caso, está íntimamente ligada a mis primeras computadoras personales: la Commodore 64 y la Apple II. Con la Commodore no solo jugaba (desde juegos de estrategia como Seven Cities of Gold, hasta simuladores de helicópteros Apache con gráficos pixelados que hoy me cuesta creer que disfrutaba tanto), también creaba.
Recuerdo cuando apareció GEOS, una interfaz gráfica creada por alguien que había salido de Apple. De pronto, mi Commodore funcionaba como una Mac, al menos en apariencia. Venía con programas para escribir y dibujar, y con ese software de dibujo hice, durante mucho tiempo, el periódico de mi colegio. Comenzó siendo una simple hoja carta impresa por ambos lados, y luego creció a dos páginas doble carta. Fue, sin saberlo, mi primer proyecto con patrocinio: el papá de un compañero lo vio y me ofreció cubrir las fotocopias.
No existía internet comercial. Si querías hablar con alguien, lo hacías con tu voz o con papel. Recuerdo haber enviado cartas (pocas, porque el servicio postal en Venezuela nunca fue confiable) y más tarde, cuando llegaron los BBS, descubrí ese protointernet: foros locales donde uno dejaba mensajes, se desconectaba, y volvía al día siguiente o varios días después para seguir discusiones asíncronas, en una suerte de lentísima conversación colectiva.
Cuando llegó Internet, lo primero que hice fue buscar direcciones de correo electrónico de gente que admiraba. Les escribí a Bill Gates, a Peter Gabriel, a cualquiera que fuera parte de mi mitología personal. Y sí, hice mi primera compra en Amazon (no fue un libro, sino un CD de 10,000 Maniacs) que llegó tres meses después, (no exagero con lo del correo postal.)
La semana pasada se celebró un nuevo aniversario de la aparición del World Wide Web, eso que llamamos Internet (comercial) y que damos por sentado como un servicio público, prácticamente. Pero mi nostalgia no es solo por la red, sino por ese tiempo en que la creatividad pasaba por disquetes, papel continuo, The Print Shop… y por la ilusión de que una simple idea podía puede convertirse en algo real, pixel a pixel.
Entre lo físico y lo digital
Me siguen emocionando los medios físicos: los discos de pasta, los libros que huelen a tinta, las revistas que uno hojea con pausa. Hay algo profundamente humano ahí. Algo que no pasa por el algoritmo ni por la nube.
Y al mismo tiempo, celebro lo digital. Me sigue pareciendo mágico poder leer un artículo en cuanto me lo recomiendan, escuchar un álbum el mismo día del lanzamiento, jugar un videojuego HOY. Esa inmediatez también es una forma de amor por lo que nos gusta.
Lo ideal (para mí) es el mix. Ir del Kindle a la librería. De la playlist al vinilo. De la videollamada al café cara a cara. De lo virtual al cine, ese espacio semihipnótico donde (si tienes suerte) la película importa más que los snacks a precio de estrella Michelin.
No es un manifiesto anti-tecnología ni nada parecido (menos viniendo de mi y escribiéndolo aquí). Es una invitación a que cada quien elija. Lo importante no es lo digital o lo analógico, sino que no te lo impongan.
Para ver: El Eternauta (Netflix)
Basada en el legendario cómic argentino de Oesterheld y Solano López, esta serie me sorprendió por muchas razones. Primero, porque es cine de ciencia ficción hecho en Argentina, con producción impecable. Segundo, porque Ricardo Darín y el resto del elenco te hacen creerte que no son ellos, son los personajes que te están contando la historia. Y tercero, porque entre tanto caos, invasión y nieve radiactiva… alguien dice "chévere", "pana", "chamo". Y uno se ríe, hasta se siente en casa.
99Más allá del estilo apocalíptico y de los efectos, lo que me quedó es una frase dicha por César Troncoso, ya no recuerdo si en la serie o en uno de esos “cómo se hizo” que vi después:
"Nadie se salva solo."
Y si algo nos enseñaron estas décadas entre lo analógico y lo digital, es justamente eso.
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Justamente he estado reflexionando estos días sobre lo efímeras que se han vuelto las publicaciones editoriales (y lo mismo aplica para la música, el cine o cualquier expresión artística y creativa) en Internet. Si a eso le sumamos el modelo por suscripción, la sensación de pertenencia se diluye: cuando dejas de pagar, ese contenido deja de ser tuyo, ya no puedes volver a verlo ni revivirlo, pues nunca es tuyo.
Quizá, en algún momento, las revistas físicas atraviesen un momento de "revival", como ocurrió con los LP no hace mucho. Pero esta vez, reimaginadas con materiales más atractivos, texturas innovadoras o efectos traslúcidos que eleven su valor más allá de lo visual, convirtiéndolas en experiencias sensoriales completas. Lo mejor es que serán tuyas, para hojearlas cuando quieras, sin depender de una renta mensual.
Creo que lo físico y lo digital pueden coexistir perfectamente; solo nos hace falta un poco más de nostalgia para volver a valorar lo tangible y lo impreso.
Me identifico mucho con lo "early adopter". Siempre curioso utilizando las nuevas tecnologías, observando para qué nos pueden servir y ayudar. Es muy entretenido. Una pasión por la tecnología, la verdad.