Nunca ha sido tan fácil crear, ni tan difícil destacar.
Cómo pasamos de la TV al tuit, y del tuit al algoritmo. Y de cómo volver a conectar.
Esta semana sigo dándole vueltas a esa intersección que tanto me fascina: la tecnología que nos ayuda si sabemos usarla (o nos complica si nos dejamos distraer) y la cultura pop, que para mí es ese momento en el que estamos haciendo historia… aunque todavía no lo sepamos.
Una conversación que escucho con frecuencia es la de que hoy todo el mundo quiere ser influencer o famoso, pero pocos están dispuestos a dar primero el valor que se necesita para que otros te sigan, te escuchen y validen tus ideas y posturas… más allá de comprar un helado de pistacho solo porque está de moda.
No entré en lo complejo que resulta analizar por qué a veces es más fácil apoyar a desconocidos (o a gente que no nos aporta nada) que a quienes tenemos cerca y nos dan valor real, pero eso quedará para una próxima entrega.
Como todas las semanas, les dejo también el enlace a mi playlist Las Cinco de la Mañana: cinco temas nuevos para arrancar el día cada lunes. Lo abres, le das play… y listo.
Gracias por leer, por comentar y por estar aquí.
Y hablando de dar valor, esta semana me fui por un viaje que empieza en la televisión en blanco y negro y termina en los algoritmos que deciden qué vemos hoy. Una historia sobre cómo la creatividad se democratizó… y cómo podemos rescatar la conexión real.
De la inteligencia artificial al filtro viral: cómo la creatividad digital se democratizó
Hace no tanto, si querías producir algo que pareciera profesional, necesitabas una cámara cara, software complejo y, sobre todo, tiempo. Hoy, basta un teléfono, una idea y la voluntad de pulsar un botón. La democratización de la creatividad digital no empezó con la inteligencia artificial, pero sin duda la ha acelerado.
Lo curioso es que esta democratización no se trata solo de herramientas. Es un cambio cultural. Antes, la creatividad “válida” estaba casi siempre asociada a la aprobación de un medio, una marca o una institución. Ahora, una coreografía inventada en una habitación o un meme generado en una app de IA puede dar la vuelta al mundo en horas. La validación viene directamente de la audiencia, no de los filtros editoriales.
Este cambio no se entiende sin mirar el camino que nos trajo hasta aquí. Antes, las noticias salían en los periódicos, en la radio y en la televisión, con la publicidad bien delimitada y, ocasionalmente, integrada: un presentador que servía una Coca-Cola en pleno programa, o un animador de los años 60 encendiendo un cigarrillo Viceroy. Por un breve periodo (casi una década) las redes sociales cobraron tal importancia que incluso los medios tradicionales se guiaban por lo que circulaba en tiempo real. Si vimos la Guerra del Golfo o la caída del Muro de Berlín en televisión, ahora podíamos enterarnos de un suceso local a escala global a través de un tuit tan breve como un SMS de la era pre-WhatsApp. Campañas electorales triunfaban o no si sabían manejar el caudal informativo de las redes sociales, y hasta algunos presidentes y funcionarios públicos comenzaron a hacer sus comunicados oficiales a través de Twitter.
Pero esa apertura total duró poco. Hoy son los algoritmos los que deciden qué vemos y cómo lo vemos. El contenido ya no nos llega tanto por decisión propia, sino filtrado por lo que otros quieren que veamos. Pasamos de ser la sección de contenido de los medios, a los avisos clasificados, y de ahí a un folleto digital donde todo está compuesto por lo que alguien más está vendiendo. Todos estamos ofreciendo algo (y no pasa nada con eso), pero hemos dejado de escuchar si lo que se dice no nos da un beneficio directo. Nos convertimos en una torre de Babel digital, cada quien hablando hacia adentro de su propia caja de resonancia.
En un momento en el que el poder creativo y narrativo se había descentralizado, decidimos ser solo individuos y no comunidad. Y, como tantas veces mencioné cuando “evangelizaba” sobre redes sociales, olvidamos el modelo rizomático de Deleuze y Guattari: un sistema donde todo se conecta con todo, donde las ideas crecen en múltiples direcciones y la riqueza está en la diversidad de vínculos. Cuando lo hacemos, crecemos todos. Cuando no, nos marchitamos en soledad. Probablemente haciendo un video con una voz que no es nuestra, con un estilo que no es nuestro, pero está de moda como el pistacho y todos lo tienen que hacer igual.
La paradoja es clara: nunca ha sido tan fácil crear… y nunca ha sido tan difícil destacar. Cuando todo el mundo tiene acceso a las mismas herramientas, la diferencia no está en la tecnología, sino en la voz, el punto de vista y la capacidad de contar una historia que merezca ser escuchada. La tecnología es la autopista; la creatividad sigue siendo el vehículo.
En marketing, esto significa que el poder se ha descentralizado. Las marcas que entienden esto no intentan controlar la conversación: participan en ella, la inspiran y, a veces, simplemente la amplifican (unas deciden simplemente hacer ruido). La lección es clara: la democratización creativa no es una amenaza, sino una oportunidad para volver a conectar, compartir y crear, juntos.
¡Música, maestro!
Gracias por escuchar Las Cinco de la Mañana en su versión playlist, es muy divertido seleccionar los temas de cada semana y mucho mas escucharlos para comenzar el día, o en cualquier otro momento. Esta semana no podía faltar una de Ozzie Osbourne (Dreamer), y además seleccionamos a Mika, Chappell Roan y más.
Lo encuentras tanto en Apple Music como en Spotify.
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La selección algoritmica de contenidos que nos muestran las plataformas, no es muy distinta del agenda setting en los medios traadicionales. La diferenciaes que una es performatica y la otra más politica. Pero la consecuencia es similar, llevarnos por un embudo en bajada hacia el consumo, homogenizacion de las preferencias y disminución de la inteligencia. Es más facil crear, ¿pero que tanto de lo que se crea perdura, emociona, construye...? Buen tema, saludos.